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Sandra Raquew Azevedo: La Escribanía.

A los 45 años pensé en obsequiarme una escribanía. Aprendí a escribir con Doña Luzia, en la Travesía Padre Anchieta, en la ciudad de Patos. No fue un proceso doloroso, aunque la profesora tuviese una palmatoria, y mi caligrafía no fuese buena, era casi incomprensible. Cuando miro para la letra escrita de hoy, casi no creo que comencé con garabatos. Y me arrastré con ellos hasta la adolescencia. No sabía lo que era la escritura, tardé mucho para entender. Sin embargo, aproximadamente desde los 12 hasta los 13 años leí en los libros de mis hermanos mayores una crónica de Rubem Braga, llamada Mi ideal sería escribir. El sentimiento al leer aquel texto fue de complicidad, era casi como si me fuese revelado algo sobre mí, en aquellas líneas. Lo guardé. Algunos años después, cuando me confronté con la cuestión de en quién me tornaría, fui tomada por una convicción de que la escritura era parte de mi personalidad. Aunque no tuviese la menor idea de qué era vivir para escribir y escribir para dar sentido a la vida, al mundo.

Decidí ser periodista porque, para mí, chica del interior, ser escritora estaba distante, escritores y escritoras eran dioses distantes, inmateriales, iconográficos. En mi vida entera nunca había conocido uno personalmente. Décadas después descubrí que donde vivía había varios escritores. La literatura llegó a mi vida por los libros didácticos de mis hermanos mayores, por los préstamos de un amigo que tenía una suscripción del Círculo del Libro, por una librería de segunda mano existente enfrente al Cine São Francisco, en la Calle del Prado, donde podía tener acceso y hojear tebeos. En los años 80 los libros no eran abundantes, ni superfluos, en una ciudad pequeña eran de difícil acceso.

Así, el periodismo, como carrera de escritura, me daba muchas posibilidades, sobre todo la de ganar el mundo. Una credencial como periodista era para mí casi compatible a un pasaporte diplomático. Pensaba que ser periodista podría llevarme a cualquier lugar con el compromiso noble de informar bien.

Pasaron los años, me hice periodista, entré en diversos espacios, y aún permanezco en la caverna de la escritura, uno de los lugares más difíciles de permanecer. Es un mundo dentro de capas, de voces que en momentos sólo tú escuchas. A veces un lugar oscuro y de silencio profundo, sin eco, sin luz. Vacío. Es a veces un pensar alto impronunciable. Y de sentimientos latentes y resbaladizos.

Cuando concluí mi doctorado enterré todas las palabras que me habitaban. Permanecí en un luto por algunos años. Una experiencia no compartida hasta la llegada de la escribanía. Aunque escribiendo por fuerza de exigencias del trabajo, el sentido había partido. Y fui tomada por un sentimiento simplemente de incapacidad. De vivir todas las palabras y textos enteros solamente por dentro, del lado opuesto del espejo.

La escribanía tardó en llegar, fue lapidada por el tiempo. Cuando yo toco en su madera agradezco al Dios de la Vida por los árboles y sé un día que mi cuerpo, al polvo, restituirá la Tierra a la parte que me fue dada. Veo aún, a través de la madera, las manos de los dos carpinteros que la hicieron, recordando con cariño sus últimos momentos lapidando cada parte del mueble.

En este micro lugar deseado están simbólicamente las voces amadas que de una forma o de otra me hacían recordar que “Mi ideal sería escribir”. Estos itinerarios de escritura atravesados por tantos desafíos y momentos tontos. Escritura de mujer. En este territorio de narrativa femenina fui poco a poco entendiendo lo que esto significaba, siempre sorpresa con la genialidad, angustia y perseverancia de Clarice Lispector, y escritoras y mujeres científicas que dicen sus propias palabras. Recuerdo aún las mujeres ancestrales cuyo derecho a la escritura fue negado, comprendiendo que por la tesitura de sus memorias e intuición repasadas por la oralidad, cantos, rezos, crochés, bordados, retazos, tés, muchas de sus historias están presentes en el cotidiano, escritos poderosos constituidos sin la tecnología del lápiz y papel. Benditos ecos femeninos cuyas palabras se manifiestan bajo diferentes formas.

No sé cómo voy a ser después de la escribanía, apenas me encargué de cargar sus espacios con símbolos importantes para mí: mi biblia que trae historias increíbles de muchos géneros y parece un libro muy vivo. Todos los cuentos y crónicas de Clarice Lispector, que me llamó para sí a través de Agua Viva, primer libro que leí, y asombrada descubrí que era posible inventar y decir  en este mundo su propia palabra, y que podría ser comprendida incluso refiriéndose a un universo al mismo tempo impar, particular, pero real, surreal y verdadero. Trajo aún la taza con formato de ancestral indígena hecha en la Porcelana São Paulo, y que era vendida en el Festival de Guaraná, fiesta que acontecía entre finales de los años 70 e inicio de los 80, por ser un artefacto da mi infancia. Y porque hasta hoy encuentro gracioso el hecho de haber existido una fiesta en que la atracción principal era guaraná. Era divertida. En la taza hay bolígrafos y un juguete. Están presentes aún las diosas de cerámica que obtuve de un amigo querido, una lechuza de madera que representa a las mujeres sabias, algunas de ellas partieron, todavía permanecen poblando mis regímenes diurno y nocturno. Los libros en la escribanía son rotativos. En la inauguración estaban Mia Couto, Eliane Brum, Clarice Pinkola Estés (que va a ser presencia permanente), John Hersey, Gerard de Cortanze y Márcia Tiburi.

Por fin, están mi candelero pequeño y discreto que traje de mi primer viaje a Chile, y un tintero en formato de cangrejo, encontrado en un anticuario de la antigua Calle de la Floresta, en Campina Grande, y que me recuerda cuánto me gustan las aguas y la luna. ¡Ah, y cómo no podría olvidar!, mi cuadro hecho de una foto monocromática de Frida Khalo, traída de la Casa Azul. Aunque no me guste mucho esta saturación mercantil de imágenes pop da Frida vendidas por la industria del empoderamiento y por el feminismo de auto-ayuda. La elección de esta imagen en particular recuerda el momento en que estuve en Coyoacán con las dos personas más importantes de mi vida. Estas imágenes, símbolos y memorias son testigos del nacimiento de palabras ahora no dichas.

                                  

 

                                                                                                                                 A la querida Ana Maria Coutinho de Sales.

 

 

 

                                                                                                                                              João Pessoa, 16 de Agosto de 2018. 

Sandra Raquew Azevedo (Brasil)

Profesora del Departamento de Periodismo de la Universidad Federal de Paraíba. Doctorada en Sociología con experiencia en investigación en Estudios de Género y Medios de Comunicación; Educomunicación y Comunicación Comunitaria y Ciudadanía.

Tiene una maestría en Educación, con énfasis en Estudios Culturales y Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Como periodista, tiene una amplia experiencia en relaciones con la prensa en instituciones públicas y privadas y organizaciones no gubernamentales. Actualmente coordina el Objeto Semiárido donde desarrolla con estudiantes de pregrado y postgrado una agenda de investigación y monitoreo de medios, llevando a cabo análisis de la agenda de la Transposición del Río São Francisco, la lucha por el acceso y el derecho al agua; proyectos de convivencia con el semiárido; interfaz de comunicación y salud. También colabora con las revistas Artemis (UFPB), Media and Daily (UFF) y Anayde Beiriz.

Artículos suyos pueden encontrarse en su blog.

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