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Gusanos, virus y luciérnagas

No tengo miedo de gusanos. Apenas repugnancia. En mi imaginación los gusanos ya nacieron como ángeles caídos, condenados a la nada, inmersos en la podredumbre. Tal vez los gusanos no teman al virus.

En las últimas semanas, antes de dormir, quedé muchas veces pensando en la sombra “invisible” de la muerte rodeando diversas partes del Planeta. Recordaba narrativas sobre plagas que habían exterminado personas desde civilizaciones antiguas, pensaba en los artefactos de las civilizaciones que fueron muertas en los procesos de colonización. Pasaba también por mi cabeza la división de la cobertura del noticiario siempre articulando, desde el inicio, el Covid-19 a las Bolsas de Valores, a las economías globalizadas. Quedaba imaginando los sentidos de esta vinculación, pensando en la volatilidad del virus y de las especulaciones económicas y en la dimensión geopolítica de la circulación del coronavirus. Mientras el sueño no llegaba, continuaba pensando en las pérdidas, en los lutos, en los miedos, en la familia, en el viaje que sería aplazado, en los amigos y amigas distantes, en las historias narradas por Will Eisner para describir el horror de un contexto que antecedía a la Primera Guerra, y también por Art Spiegelman, cuando narraba en Maus las situaciones más surreales en la lucha por la sobrevivencia delante del horror del Holocausto. Sólo me restaba orar, respirar mucho, profundamente, tejer silenciosamente mis credos en el silencio y en la paleta oscura de la noche. Adormecer.

Al conseguir navegar por la travesía del régimen nocturno y después de sumergida en mi inconsciente conseguir llegar al régimen diurno, quedo intentando mantenerme sujeta firme en el hilo de la vida. ¿Y cómo vivir este día? ¿Y los días siguientes? ¿Involucrada en la casa-semilla? ¿Y los indígenas venezolanos planeando en los semáforos de la ciudad? ¿Qué hace sentido en contextos caóticos? Mantener la calma, la solidaridad, la quietud, el ocio forzado, el cuidar de lo esencial invisible por la correría nerviosa y enfermiza.

Curiosamente algo me llamó mucho la atención en una de esas noches. Una memoria muy antigua de cuando, de repente, faltaba energía eléctrica en mi ciudad del interior. Y en esos instantes el Tiempo era totalmente otro, el lugar se transformaba rápidamente, la gente comenzaba a ver cosas que parecían perdidas, y adormecidas. Existía más imaginación, abrigo, acogida. Cielo y tierra se convertían en más próximos. Era un tiempo de escucha interior y las personas, aunque en la oscuridad, parecían estar más atentas unas de las otras. Y era lindo también de ver, finalmente, la inmensidad del cielo repleto de estrellas, con su brillo fuerte, ellas paseando, arañando cielos, cadentes, trayéndonos la esperanza de proyectar deseos más secretos, querer realizar cada uno de ellos.

En tiempos de Coronavirus observo personas admirables, competentes y responsables profesionales de la salud, de la prensa, y personas uniéndose de un modo bello. Al paso que observo tristemente lo que hay de terrible en nuestro mundo. Da la impresión de que interaccionamos hoy con lo que existió de más triste y decadente en el medievo, el pensamiento “mágico” ecuacionado de un modo violento, racionalizado por la banalidad del mal y furia del Capital. El Covid-19 puede asustar, pero lo que parece ser peor es una sensación de insania que flota en el aire. Una enfermedad sistémica, que desemboca en las obsesiones, que hace de la audiencia de los reality shows una expresión del vacío existencial que está enraizado en este modelo “civilizacional”.

Una noche de estas, a pesar de todo, un movimiento llamó la atención de mi esposo: eran varias luciérnagas circulando en un poste de mi calle. Largué lo que estaba haciendo y quedé por un tiempo perpleja y feliz delante de las escrituras de luminosidad. Lindamente flotante en el aire, cerca de la floresta de Cabo Branco, cumpliendo su ciclo de vida, cada uno con su propia luz. Sentí mucha esperanza al volver a ver las luciérnagas que, en la infancia, me provocaban curiosidad y miedo, delante de las historias contadas en las noches más oscuras. 

De esta vez, al ver las luciérnagas, llené mi corazón de paz, imaginando que instantes de tinieblas pueden, quien sabe, hacernos repensar trayectos, observar algo más luminoso, especialmente dentro de nosotros mismos.

Sandra Raquew Azevedo (Brasil)

Profesora del Departamento de Periodismo de la Universidad Federal de Paraíba. Doctorada en Sociología con experiencia en investigación en Estudios de Género y Medios de Comunicación; Educomunicación y Comunicación Comunitaria y Ciudadanía.

Tiene una maestría en Educación, con énfasis en Estudios Culturales y Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Como periodista, tiene una amplia experiencia en relaciones con la prensa en instituciones públicas y privadas y organizaciones no gubernamentales. Actualmente coordina el Objeto Semiárido donde desarrolla con estudiantes de pregrado y postgrado una agenda de investigación y monitoreo de medios, llevando a cabo análisis de la agenda de la Transposición del Río São Francisco, la lucha por el acceso y el derecho al agua; proyectos de convivencia con el semiárido; interfaz de comunicación y salud. También colabora con las revistas Artemis (UFPB), Media and Daily (UFF) y Anayde Beiriz.

Artículos suyos pueden encontrarse en su blog.

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Foto: Kakã Nascimento

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